CLITEMNESTRA en «Ifigenia en Aúlide»

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Acto V - Clitemnestra, Agamenón, Ifigenia y el coro. 

CLITEMNESTRA: Escucha, pues, ahora. Voy á hablar, y no ya por enigmas. Y ante todo, he de reprocharte esto: te casaste conmigo mal de mi grado y raptándome á la fuerza, después de matar á mi primer marido Tántalo y estrellar vivo contra tierra á mi hijo, arran­cado violentamente de mis pechos. Los hijos de Zeus, mis hermanos, ilustres por los caballos, te hicieron la guerra; pero mi anciano padre Tindareo, á quien suplicaste, te protegió, y de nuevo poseíste mi lecho. Reconciliada contigo desde enton­ces, tú mismo puedes atestiguar que he sido para ti y para tu morada una esposa irreprochable, casta, que ha aumentado tus bienes patrimoniales. Y regocijándote en tu morada y fuera de ella, eras dichoso. Rara caza es para un marido tal mujer. ¡Además de tres hijas, he parido para ti este hijo, y quieres arrebatarme cruelmente una de ellas! Y si te preguntase alguien por qué quieres matarla, responde, ¿qué dirías? ¿Es preciso que hable yo en tu nombre? ¡Pues para que Menelao recobre á Helena! ¡Buena costumbre es la de redimir á una mala mujer á costa de nuestros hijos, lo más odioso por lo más querido! Pero, si partes para esa guerra, abandonándome en las moradas, y estás ausente mucho tiempo, ¿qué corazón crees que voy á tener en estas moradas desiertas, junto á la estancia vacía de la virgen, en la soledad, bañada en lágrimas y llorándola siempre? Diré: ¡Oh hija! ¡el padre que te ha engendrado es quien te ha perdido, quien te ha degollado, y no otra mano que la suya! ¡Esa es la recompensa que deja á su familia traicionada! No hará falta entonces más que un ligero pretexto para que yo y las hijas que abandonas te recibamos como conviene que se te reciba. ¡Por los Dioses, no me obligues á ser tu enemiga, y no lo seas tú mismo para mí! ¡Oye! Degollarás á tu hija; pero ¿qué plega­rias pronunciarás entonces? ¿Qué pedirás de bueno para ti, degollando á tu hija? ¿Sin duda un mal retorno, después de haber dejado tan vergonzosamente á tu familia? Y yo, ¿qué pediré de bueno para ti? ¡Ciertamente, sería creer insensa­tos á los Dioses rogarlos por un parricida! ¿Y abrazarás á tus hijos, de vuelta en Argos?¿Cuál de tus hijos va á mirarte, si has meditado matar á uno de ellos? ¿Has pensado en eso tú solo? ¿No debes pensar más que en llevar el cetro y en ser es­tratega? Te convenía decir con justicia á los argianos: «¿Que­réis, acayanos, navegar hacia la tierra de los frigios? Echad suertes para ver quién debe hacer morir á su hija.» Esto sería justo; pero no que seas tú solo entre todos el que ofrezca para víctima á su hija. O si no, que Menelao mate á Hermione á causa de su madre, que asunto suyo es. ¡Y ahora, yo, que he respetado la fe nupcial, voy á verme privada de mi hija, y la que ha pecado, conservando la suya en Esparta bajo su techo, será dichosa! Responde á esto, y si he hablado bien, no mates á la que es hija tuya y mía, y serás cuerdo.


Eurípides

Eurípides (480 a. C. - 406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Se cree que escribió 92 obras, pero se conservan solo 19 de ellas.





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